martes, 8 de mayo de 2012

Caleidoscopio



 VIVENCIA DE UNA RESIDENTE DE PSICOLOGÍA CLÍNICA EN LA UNIDAD DE INTERNAMIENTO BREVE (UIB)

Todo depende del cristal con que se mire… A principios de junio del 2011, a través del cristal de la inexperiencia, la ilusión,  el parcial conocimiento, la curiosidad, la sensibilidad y la capacidad de sorprenderse, mis ojos percibían mucho sufrimiento (recuerdo una señora de 70 años, que no paraba de llorar, de quejarse, estaba aislada, sintiéndose encerrada y no mejoraba…), percibían una falta de libertad (pacientes atados a su cama, al servicio canario de salud, a su sociedad y a su dolor), percibían  un entorno jerarquizado y diferenciado (batas blancas, indiferenciados pijamas de cuadros, un formato grupal que parecía un tribunal…),  percibían  a un equipo preocupado por su trabajo y  por tender una mano a los pacientes, percibían un equipo multidisciplinar que dialogaba para entender lo que estaba pasando y buscar soluciones, percibían un patio que iluminaba el tiempo de ingreso, percibían relatos inverosímiles casi tanto como algunas historias vitales y percibían también mucha normalidad y fortalezas.

Obviamente, lo percibido, tiene mucho que ver con mi propio  filtro, al principio me costaba ver síntomas y aún más ver cuadros clínicos, o lo que es lo mismo  diagnosticar…he analizado, y sigo analizando, esta dificultad.
Por un lado considero que tiene que ver con la inexperiencia, con la falta de conocimientos.
También lo relaciono con mi propia forma de ser, mis gafas optimistas, que por miedo, evitan  el sufrimiento y prefieren ver los recursos, enfatizan lo sano y de algún modo niegan la cruda realidad.
Por otro lado, a pesar de elegir formarme como psicóloga clínica, mi visión respecto a los diagnósticos, el modelo médico y las clasificaciones existentes, me coloca en una posición ambivalente aunque integrable. Por un lado, reconozco la necesidad de intervención, la gravedad y la existencia de lo psicopatológico; y por otro, considero que esta forma de clasificar es reduccionista, poco útil, paternalista,  controladora y estigmatizadora. Coloca al paciente en una posición indefensa, lo desrresponsabiliza de trabajar en su desvelamiento, lo invalida, lo reduce, y lo aleja de la relación terapéutica, como indica Yalom,  de la relación que es lo que cura.

Considero que en muchas ocasiones diagnosticamos para nombrar lo difícilmente comprensible, lo doloroso y así alejarlo de nosotros, etiquetarlo para exteriorizarlo y objetivar lo inevitablemente subjetivo. Cosificamos y se atenúa la amenaza y  la complejidad. Disfrutamos de una agradable sensación de control que ahoga nuestra incapacidad para trabajar con el sufrimiento y vincularnos con el que sufre.

Ha sido muy enriquecedor trabajar en equipo, colaborar con el trabajo de profesionales no psicólogos, me ha permitido valorar diferentes formas de intervenir  y aprender más sobre temas como psicofármacos, TEC,  cuidados de enfermería, terapia ocupacional, etc…

Esta rotación ha supuesto muchos retos; era la primera, en el propio hospital, patologías graves y agudas, etc… creo que aunque lentamente fui creciendo en conocimientos, seguridad y habilidades como terapeuta. Reconozco mis dificultades para lanzarme y mis inseguridades en cuanto a la confianza en mi capacidad para manejar y asumir la responsabilidad de un proceso terapéutico con éste tipo de cuadros. Aún así experimenté la sensación de ir siendo cada vez más capaz, sobre todo creo en la experiencia con el grupo de “buenos días” y al llevar pacientes de forma individual. 

Definiría esta rotación sobre todo con la palabra: REFLEXIVA, se han movido muchas emociones dentro de mí, me he hecho muchas preguntas, he observado y escuchado muchas historias vitales, he dialogado, frecuentemente con mi tutora, acerca de muchos temas que aún sigo elaborando.

He reflexionado acerca de la importancia del uso del lenguaje, verbal y no verbal. "Las palabras y la magia fueron en los inicios una sola cosa, y todavía hoy las palabras retienen mucho de su poder mágico" (Sigmung Freud). Cuando usamos el lenguaje estamos creando un modelo o representación  de nuestra experiencia. Esa experiencia, a su vez, está basada en nuestras percepciones del mundo. Completado el ciclo, esas percepciones están moldeadas y limitadas por el modelo. Por ello considero que cuidar el uso del lenguaje tiene una influencia definitiva en nuestro trabajo y por tanto en la recuperación de aquellos a los que intentamos ayudar. Recuerdo algunos debates acerca de la idoneidad de hablar de “primeros episodios psicóticos”, “episodios únicos”, “esquizofrenia”, “psicosis”, “enfermedad”, “pacientes”, “clientes”, “personas” etc… procesos de reflexión que continúan.   

Los intereses económicos que mueven los hilos de las farmacéuticas y por tanto de la salud de millones de personas, también han sido objeto de reflexión durante esta rotación.

He pensado acerca de las necesidades de los pacientes respecto al entorno hospitalario. El ambiente frío e impersonal que inunda la planta de hospitalización, fomenta la desindividuación; todos van con los mismos pijamas, son pocos los objetos personales de los que pueden disfrutar, incluso la ropa interior es del HUNSC!
Con la reforma psiquiátrica los pacientes comenzaron a verse como enfermos, a ser menos juzgados socialmente, pero lo cierto es que las sociedad ha seguido cambiando, y quizás ya sea el momento en el que es necesario salir de los hospitales y, como sucede en ortos países, considerar la salud mental como algo distinto a la salud física, por muy relacionadas que estén, no son lo mismo, ni implican el mismo manejo. Ya no beneficia a los pacientes estar hospitalizados.

La UIB ha significado un lugar para enfocar y desenfocar mitos, teorías, ideas y  conocimientos teóricos. He aprendido de las relaciones con los compañeros, de todo el personal de la planta, de los pacientes y de mí misma. Me quedo con una visión sobre todo humana y compleja de las personas que pasan por la UIB, espero no perder nunca de vista que somos iguales, qué SOMOS PERSONAS!

Resalto la importancia de la alianza terapéutica, del vínculo, que a pesar de no poder ser duradero (es probable que el psicólogo sólo pueda ver al paciente durante un mes) casi mágicamente se puede lograr una relación de confianza y seguridad para poder curar, para pensar entre los dos lo qué está pasando y así con el terapeuta llegar  a un punto en el que  el otro es más libre para elegir.

Durante estos meses, ha evolucionado la forma en la que conceptualizo la salud mental y sus desviaciones. Creo que poco a poco he ido complejizando y aclarando el modelo que tengo de ésta, y paradójicamente,  a su vez se va haciendo más manejable. Al principio, como ya he comentado en esta memoria, necesitaba estructura, una guía, preguntas concretas qué hacer, intervenciones terapéuticas como si de recetas de cocina se tratara, pero gracias a poder observar mucho, ya no siento esta necesidad. He ido comprendiendo que no existen fórmulas maestras, hay factores terapéuticos universales, que influyen en el cambio, hay principios básicos para la terapia, hay que conocer y estudiar  primero el funcionamiento normal, luego la psicopatología y sobre todo el mundo de significados, la historia vital y las relaciones personales de la compleja persona que intentamos comprender y ayudar.

Con toda seguridad, este modelo acerca de la salud, la terapia, etc… continuará modificándose,  al menos eso espero!

Sin duda tengo que agradecer a esta rotación el haber sido la base segura para seguir explorando.

Todo depende del cristal con que se mire… A finales de octubre del 2011 el cristal se había transformado.

Diana  Pastor Cifuentes

miércoles, 2 de mayo de 2012

LA IMPORTANCIA DEL NOMBRE



Me encantaría tener en estos momentos 80 años para poderles hablar sin que me importe lo que ustedes piensen. Quizás ese sea el problema, las cosas que callamos por temor a la opinión de los demás. Y si nosotros lo hacemos ¡qué no callaran a los que escuchamos!
A través del lenguaje el ser humano se identifica y se define, quizás por ese motivo me preocupa tanto nuestro modo de hablar, nuestra forma de definir al otro. Tengo la impresión que aunque intervengamos para ayudar al otro a encontrarse como persona, en nuestro análisis y en nuestros comentarios lo escindimos, lo tratamos como un objeto de observación. Algunos pensaran que este proceso es necesario para llegar al conocimiento del ser o de esa persona, pero el final o la conclusión es quizás lo preocupante.
Desde que Descartes tuvo la buena ocurrencia de dividir mente y cuerpo para facilitar su estudio, hemos seguido los mismos pasos, dividiendo al ser humano para quedarnos al final con un objeto de estudio.

La importancia del nombre
              ¿Qué es lo que me pasa?
         Bueno... ha tenido usted un episodio psicótico.
       Ah! hum… entonces soy un psicótico.
       No, usted es Pedro. Siempre será Pedro y ha tenido usted un brote psicótico.
       ¡Gracias! me deja usted más tranquilo.

Aunque las alteraciones psicopatológicas que tratamos tengan puntos de confluencia comunes en las personas que la viven, detrás de cada una de ellas sigue existiendo un Pedro, María o Juan y esto es lo que se diluye o desaparece en nuestras observaciones. Nos volcamos en nuestras observaciones y el otro se convierte en el psicótico, el límite, el bipolar, etc. Quizás sea un abuso de ese lenguaje superficial que da por sentado muchas cosas con el objeto de hacerlas más asequibles, lo que nos lleva a utilizar estos términos.
En otras áreas de la medicina, comentan los cuadros o las nosologías como algo externo al ser: el paciente con cáncer de pulmón, excepto quizás con los pacientes que padecen diabetes, a los que se les denomina con frecuencia diabéticos ¿todos los que sufren diabetes son tan iguales que se convierten en una identidad particular?
¿Ocurre lo mismo con todos los pacientes que tienen una psicosis o una esquizofrenia?
A veces pienso que nuestra tendencia a categorizar, clasificar y unir por similitudes, nos lleva a generalizar situaciones donde las identidades se diluyen y el ser como persona se pierde.
Y esto se agrava cuando tratamos con personas cuya vulnerabilidad mayor es su persona. Como nos recuerda Víctor H. Espinosa  “Y es ese sentimiento de identidad, de coherencia e integridad personal, el que parece estar especialmente amenazado en el proceso psicótico”