DE MARTES A MARTES
Te vi. Tras el cristal blindado, con tu corbata, la plaquita de tu nombre, filtrando las palabras por el huequito de la ranura, pasando el reguardo del ingreso por la abertura. -¿Todo correcto?, me dijiste. Sí, todo bien.
Cada martes yo regresaba y tú seguías allí, hacíamos la misma operación. El mismo saludo, con la misma caja cada semana. El negocio no iba muy bien, pero ese día tuviera lo que tuviera en la semana, lo depositaba en tus manos. En las que yo quería verme. Y tú lo supiste el día que te dije, -podría estar mejor. La respuesta había roto la monotonía repetida, y por primera vez me miraste a los ojos. Yo ya sabía de los verdores de los tuyos. Pero tú descubriste entonces mis marrones.
Te sentí tras de mí, cuando recorría el pulido suelo, cuando pasé por la máquina dispensadora de efectivos y por el armario uniformado de la puerta. Luego oí como siempre –siguiente por favor.
Ese día me decidí a esperarte. Me fume media caja de negros y dos rubios que me terminaron de marear. Cuando por fin saliste me acerqué hasta ti. Estaba harto de soñarte, de imaginar verte fuera de aquella vitrina. Y No hubo palabras, un gesto sólo entendible para los dos.
Los martes ya no hago el ingreso. Tengo al cajero en casa.
LOS MENSAJES DEL UNIVERSO
Yo no quería un coche nuevo, aquel trasto tiraba bien con su velocidad máxima de 100 km. Me adelantaban por la utopista hasta las nuevas miniaturas, huevos duros con ruedas los llamaban. Algunos parecía que les faltara la mitad, como si se hubieran quedado sin material para su terminación. Yo seguía a mi ritmo con mi radio de dial manual, esa ruedita que tenía que girar y girar hasta encontrar una emisora decente.
Total, que al pasar por aquel cristal un enorme cartel rojo captó mi atención, “Ahora es el momento”. Siempre me había dejado llevar por los mensajes del universo. Un ateo como yo, en algo tenía que creer, y me dio por eso, por creer en los mensajes. “Rebajas 50%”, y yo entraba; “2 por uno”, y ahí salía yo con mi dos calderos; “Compra ahora y paga mañana”, y adquiría con una colcha de pluma de ganso, que nunca usaría.
Aquel cartel entró en ese momento en el nuevo plantel de mis mensajes, y tal cual entré en la oficina dónde el rojo se desparramaba en las sillas, en los carteles que colgaban del techo, en un poster en que una joven sonreía con las manos dando la bienvenida, un mensaje más, -pensé.
Me acerqué a la mesa del asesor financiero, quien no tardó en ofertarme un leasing, y un rentings para la adquisición de mi nuevo automóvil que decidí en ese justo momento, ¡ya era hora de cambiar!
A los nueve meses de circular, seguía descubriendo cosas nuevas en aquel “utilitario”. Movía los limpiaparabrisas con mi voz, de igual modo ponía música, cambia de emisora, activaba el manos libres de mi iphone, el GPS, ponía las luces, las apagaba, al final el noventa por ciento de las acciones del automóvil eran controladas por mi voz.
El contrato realizado con la entidad bancaria, me permitía disfrutar de él, y en dos años liquidar la deuda si deseaba quedarme en propiedad el vehículo. A pesar de ser compulsivo, aún en mi quedaba algo de previsión. Y me pareció buena oferta, quizás no fuera el coche de mi vida. Pero ocurrió algo que nunca esperaba.
A medida que mi voz actuaba en la conducción, la suya me iba resultando cada vez más familiar. Active un día sin darme cuenta una nueva función, -diálogo-, ponía el botón en el centro del volante. Y así, tal cual, comenzamos a charlar, primero sobre mi trabajo, lo que hacía en él, sobre mi familia, mis hijos, mi mujer, el perro, todos conocidos ya por mi auto. Decidí ponerle un nombre, pues eso no venía de fábrica. Surgió entre nosotros una amistad, que me generaba cada vez más ganas de conducir, buscaba los trayectos más largos, a fin de disfrutar mayor tiempo de su compañía. Mi mujer comenzó a sospechar, cuando sabía que no se tardaban tres horas del centro a casa, -¿hay alguien más?, dímelo ahora, no quiero vivir en una mentira-. A pesar de desmentir su imaginario amor. No me creyó. Al día siguiente, cuando regresé, pisé el dinosaurio favorito de mi hijo, los armarios estaban vacios.
Supe que tenía que terminar con aquella extraña relación, acudí al banco, deseaba cancelar el acuerdo financiero al que habíamos llegado, y recuperar parte de la inversión, según se estipulaba en el contrato. Pero entonces el asesor me dijo, que no era posible. Que una clausula adicional, que al parecer yo no había leído, establecía que transcurrido un año no había devolución. Entonces sólo podía optar a seguir abonando mensualmente el pago, para luego finiquitar la deuda.
Mi mujer en el divorcio se quedó con casi todos los bienes, al tiempo que tenía que pasar una buena cantidad por la manutención de mis hijos. Poco me quedaba e iba para pagar aquella jodida inversión.
A los dos años, por fin me libre de la financiación. En cuanto tuve los papeles del coche, me acerqué a un concesionario y lo vendí. Cuando salía de allí, me pareció oír una voz metálica que decía “yo no lo haría”. Al volverme, supe que había sido el coche, y el concesionario ya tenía la cabeza dentro y conversaba con él. Sabía yo que no saldría a la venta.
Elena Nura
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