Hoy me vino
a visitar, como ha hecho otros años por
Navidad. Quería darme como ella dijo un pequeño regalo y al mismo tiempo que lo
decía me entregó una gran bolsa roja que contenía una gran caja de bombones.
Para mí fue un gran regalo verla con sus 17 años, oír sus planes de futuro y
saber lo bien que se le daba el francés.
Mientras me
hablaba comencé a recordar nuestros primeros encuentros. Tenía tres años y
apenas llegaba a la mesa que había en mi despacho. En ese momento no nos
pudimos comunicar. Su lenguaje era una gran catarata de palabras que saltaban,
brincaban, se enredaban y me invadían. Sentía como las palabras rebotaban en la
mesa, se desparramaban por ella y se desperdigaban por la habitación hasta
escabullirse por debajo de la puerta. Mis compañeros asombrados, salían de sus
despachos preguntando ¿pero qué es esto? .Como un río desbocado, las palabras entrelazadas
al azar nos inundaban, llenaban nuestro espacio y nos dejaban a punto de desfallecer.
Cada semana se
nos presentaba el mismo reto, hasta que aprendimos a nadar en ellas, a
zambullirnos para buscar perlas en sus profundidades, a jugar a la comba en su
cresta, a hacer sopas de letras. Poco a poco, la catarata se convirtió en una
cascada que nos permitió bañarnos sin premura y disfrutar de cada momento. La
comunicación nos enlazó.
Al volver de mis
recuerdos, seguí escuchando sus planes de futuro, las carreras que más le
gustaban. ¡No hay problema, su nota media es de 9! comentó su madre orgullosa. Ella
me dijo que se acordaba mucho de mí en sus clases de psicología.
Me ha prometido
que volverá cuando tenga más claro qué carrera elegir, tiene cuatro en el tintero
y está sopesando la que más le gusta.
A mí lo que me encanta
de sus visitas es poder hablar con ella y sentir como me abraza.
malviani
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