Esta historia le ocurrió a alguien. Pero no me preguntes ni cuándo ni dónde ya que, por no recordar, ni recuerdo su nombre ni de él me quiero acordar. “¿Por qué?”, te preguntarás. Pues por la misma razón que me llevó a la más grande obsesión, no sé si por ingenuidad o inocencia, fe o blasfemia, mas lo cierto es que ahora sólo con versos puedo pensar el día a día. Sí, sólo pienso en poesía.
Qué virtud, don o alegría, pensarás. Sin embargo, pese a que me pese nombrarlo, lo cierto es que me cuesta titánicos esfuerzos vivir así la vida.
¿Por qué? Pues porque no se escucha igual “Por favor, un paquete de cigarrillos.” que “¿Me podría dar esos cigarrillos que a la par yo le entregase parte de lo que tengo en el bolsillo?” Créeme, no funciona igual.
Que más de una vez he estado tomando un cafecito mientras el camarero no me da respiro, mirándome con cara de pocos amigos, pensado que va a tener que coger el palo si yo me tomo el café para irme, cual bendito, sin pagarlo. Y es que de la poesía, y así ha sido siempre, cada cual comprende lo que a bien le venga en real gana, y su corazón entiende. Pues, para mi lamento, así ha de ser, aunque sea éste mi tormento.
No, no es un don, ni una virtud, ni una alegría, tan sólo es esta lengua mía que no habla sino compone. Así recuerdo el mito de Cansandra, con la salvedad de que yo no adivino el futuro, no más lo endulzo un poco, pese a que de cada tres frases comunique media, y de esa media, al volver a hablar, se olviden un trozo. Hasta escribirte esto pareciendo narrativa me cuesta horrores, pues con el pulso yerro y en el momento no sé si escribir lo que sé cierto o una quintilla.
Mas, basta ya de hablar de mí, yo nada importo, tan sólo soy el pobre tonto que supo lo que ahora, al yo contarte, tratando de salvarte, te exhorto...
Era “él” o “ella”, no lo recuerdo, fue hace ya tanto tiempo (¿o me equivoco?) sea porque algunas veces parecía él, otras ella y la mayoría de las veces “ello”, aunque al oírlo sé que extraña, pero había momentos en los que no se distinguía ni su raza.