jueves, 23 de junio de 2011

“UN RELATO.”

Esta historia le ocurrió a alguien. Pero no me preguntes ni cuándo ni dónde ya que, por no recordar, ni recuerdo su nombre ni de él me quiero acordar. “¿Por qué?”, te preguntarás. Pues por la misma razón que me llevó a la más grande obsesión, no sé si por ingenuidad o inocencia, fe o blasfemia, mas lo cierto es que ahora sólo con versos puedo pensar el día a día. Sí, sólo pienso en poesía.
Qué virtud, don o alegría, pensarás. Sin embargo, pese a que me pese nombrarlo, lo cierto es que me cuesta titánicos esfuerzos vivir así la vida.
¿Por qué? Pues porque no se escucha igual “Por favor, un paquete de cigarrillos.” que “¿Me podría dar esos cigarrillos que a la par yo le entregase parte de lo que tengo en el bolsillo?” Créeme, no funciona igual.
Que más de una vez he estado tomando un cafecito mientras el camarero no me da respiro, mirándome con cara de pocos amigos, pensado que va a tener que coger el palo si yo me tomo el café para irme, cual bendito, sin pagarlo. Y es que de la poesía, y así ha sido siempre, cada cual comprende lo que a bien le venga en real gana, y su corazón entiende. Pues, para mi lamento, así ha de ser, aunque sea éste mi tormento.
No, no es un don, ni una virtud, ni una alegría, tan sólo es esta lengua mía que no habla sino compone. Así recuerdo el mito de Cansandra, con la salvedad de que yo no adivino el futuro, no más lo endulzo un poco, pese a que de cada tres frases comunique media, y de esa media, al volver a hablar, se olviden un trozo. Hasta escribirte esto pareciendo narrativa me cuesta horrores, pues con el pulso yerro y en el momento no sé si escribir lo que sé cierto o una quintilla.
Mas, basta ya de hablar de mí, yo nada importo, tan sólo soy el pobre tonto que supo lo que ahora, al yo contarte, tratando de salvarte, te exhorto...

Era “él” o “ella”, no lo recuerdo, fue hace ya tanto tiempo (¿o me equivoco?) sea porque algunas veces parecía él, otras ella y la mayoría de las veces “ello”, aunque al oírlo sé que extraña,  pero había momentos en los que no se distinguía ni su raza.




Unas veces vivía en la desembocadura de un río y otras veces a los pies de una gran montaña, en otras era en un frondoso bosque y, en otra más, en una playa. Todo según; según qué lengua dijese su verdad sobre el relato o, por ejemplo, qué datos de antiguo manuscrito leyesen mis ojos ávidos. Ya que todo es relativo en el Universo; desde el puñal y la mano, pasando por la verdad de unos labios, hasta el abrazo de un hermano.
Mis pesquisas me llevaron por medio mundo donde supe que, en el otro medio, estaba mi rumbo. Así viaje por el planeta entero en pos de una verdad. (Sí, sólo “una” pues millones de ellas hay más sobre la misma oculta, le ruegue yo o no a la diosa Luna que me diga ella, aunque sea un instante, la suya; y así comparta “La Verdad”.)
Por mi entusiasmo y ritmo fui demasiado escrupuloso pues investigué hasta el paroxismo; muchas veces loco de atar. Allá dónde estuviesen mis pasos en ese momento, esas veces, me vi encerrado y enfermo, (desorientado, como muriendo) cuidado por piedad.
La primera vez fue por unos monjes benedictinos donde, en una más que ancestral abadía, un manuscrito pude descifrar.
(En este momento me perdonarás que mi latín esté oxidado pero es que, sinceramente, tampoco lo quiero recordar.)
Así parecía decir una parte del escrito:
“Genus hominum, solum sum plane hominum, quando desino sum per finis.”
Lo que viene a ser, tal vez, o no,  o quién recuerda:
“El género humano, sólo es completamente humano, cuando deja por fin de serlo.”
Ante estas palabras te interrogarás cuál es el misterio que me llevó a terminar con tan poética locura si sólo es una frase, no más.
Pues las razones son bien simples; la primera, y más importante, es que tú eres tú y yo, yo. (No se puede saber si el agua sabe igual si la beben dos bocas distintas.) La segunda es que el manuscrito estaba fechado con anterioridad a la construcción de la abadía, de hecho, mucho antes de que el latín se expandiera por las tierras, y, la tercera, que justamente esa misma frase, desde caracteres maya, me la tradujo una vez , in situ, una arqueóloga de la que no recuerdo más que sus palabras.
Sí, sé que no me vas a creer y, para serte franco, lo prefiero. De hecho, llegados a este punto, he de confesarte que me gusta equivocarme. Es más, busco hacerlo.
¿Qué por qué obro de tan extraña manera? Pues porque tener siempre la verdad es un peso que a mí me quiebra; por lo que no te lo aconsejo, no vale la pena.
Cuando me curé de mis dolores (que sólo eran miedos a una nada inexplicable, el dolor de no tener consuelo, que la nada proviniese de la nada) seguí mi odisea sumido en extraño trance, en el que me sumergí cada vez más por cada dato que vislumbraba  de tan inaudito relato. (Inaudito en las dos acepciones, como claras palabras, ya que muy pocos lo escucharon y miles lo vituperaron; por lo que te invito a hacer lo que te plazca.)
No te quiero decir a dónde fui después, pues yo no miento, tan sólo recuerdo que enfermo otra vez caí, creo, ante budistas.
¿Qué cómo los distinguí? Tampoco lo recuerdo, pero comí arroz por siete días. A lo que te preguntarás que cómo estoy seguro de eso y no de si eran budistas. Mas tiene simple explicación: porque les di siete granos de arroz a unas hormigas, uno por día. (Ya ves, así funciona la poesía.)
Lo que a continuación supe del relato, para narrarlo, se me escapa de las manos (¿o he de decir de la grafía?). Y es que no fue esa vez manuscrito o palabra, no fue el mural de una caverna ni los fósiles de una playa, fueron un sin fin de lenguas que establecieron al unísono un solo mantra.
Créeme que me encantaría decirte lo que explicaba (¡fue espléndido!, ¡pura magia!)  pero ni recuerdo el tono, ni tengo la lengua tan larga.
A partir de ahí ya no era yo, o tal vez mienta  y el que no era yo era el de antes. Hasta en una flor, en la fría cima de una montaña, encontré el calor que siempre añoraba. El que me daba las pistas de mi relato. (Que en esta frase he hecho mío no por egoísmo sino por puro recato, puesto que parece ser sólo mío y, además, así prevengo contra mi nombre los reproches, y no contra el relato.)
¿Que de qué color era? Tu preferido. ¿Que a qué olía? A lo divino. Y no te puedo expresar lo que en ese momento fue vivido porque no te lo quiero contar.
¡¿Egoísmo?! No, mas me perdonarás que no quiera para ti lo que yo no puedo aguantar. Que después sólo fui vacío. ¿Mi cuerpo? Simple armazón, no más. ¿Que qué sostenía? Una inmensa alma que hacía tan chiquito mi espíritu que casi  lo convence para no regresar jamás.
Sí, sé que te puedes burlar, y contento estaré, si tu burla te llega a alegrar. Pues, si me llegas a sonreír, con dicha y alegría lo voy a recibir, ya que, desde esa noche (¿o día?), secuestro con la mirada cada una de las sonrisas que veo venir. Incluso las que no son para mí.
Ya, ya sé que suena extraño, que sólo parezco un simple loco con un teclado, y no creo que tal pensar vaya mal encaminado, pero así aprendí, por lo eterno, que estoy de prestado aquí, por poco tiempo. Dime, ¿por qué no secuestrar bellos recuerdos?
Pero ya estoy otra vez hablando de mí, no más peco, aunque tan sólo sea porque, por mis pobres recuerdos, esta lírica lengua mía el relato deja hueco. Por ello te pido mil perdones con mil lamentos, pero no me atrevo a recordar lo que va sucediendo. Tanta es la pasión del recuerdo y, tan a solas, mi momento.
Cuan curioso ser todo siendo nada; ¿cómo explicarte? Si tú dejaras de existir “este universo” ya no sería “este universo”, sería otro. Lo mismo que pasaría con los rubíes, los diamantes o el petróleo. Vales más, para el Universo, que tu peso en oro.  (Disculpa, divagaba.)
Pasé meses en la cima de esa fría montaña (digo “fría” porque debía de serlo no porque lo notara) tomando cada mes un único pétalo de la divina flor que me alimentaba. Hasta que sólo quedó un pétalo, el más carnoso y bello. El del alma. Me dijeron que al instante bajé de la cima de la montaña y yo hubiese jurado que pasaron décadas antes de que bajara. (¿O décadas pasaron hasta que me di cuenta que ya no estaba en la cima de una montaña?)
Vagué después sin rumbo por el mundo entero con un extraño trauma en el alma. (¡Ya sabía el final del relato! ¡Mi verdad anhelada!) Estaba sin estar, como si no existiera, tan amortiguado mi consciente que sólo los religiosos, al menos los piadosos, cuidaron de mí. Así viajé por el mundo entero nuevamente, siendo cobijado, por lástima, por toda fe. Y creído por ninguna.
Por esta razón no te voy a pedir que ahora tú me creas. Es más, si deseas mofarte del relato no te lo voy a tener en cuenta, siempre y cuando te sirva de algo y no sea porque algo te quema. ¡Por favor! Si esto sucede, si algo de dentro ahora te viene, ¡te ruego! ¡Destruye este escrito inmediatamente! ¡Y no lo vuelvas ni a pensar! Así empecé yo, algo por dentro me quemaba y yo le acerqué una llama…para poderlo contemplar...
¿Y ahora?
Ahora siento que no importa, que no soy más que una flor, un delfín o un insecto, que sepa de Amor.

Con cariño.
Old Soul.

P.S.: Y como sé que te preguntarás por qué no me alimenté del último pétalo de la flor, te diré, simplificando, que tú no eres yo. 

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